jueves, 18 de octubre de 2007

Barcelona Conection

BARCELONA CONECTION


Un texto fruto de la imaginación del autor, en el que relacionar lo que aquí
se cuenta, con hechos, personajes o situaciones es pura coincidencia.

Hace muchos, muchos años, vivían en Barcelona (una preciosa ciudad mediterranea) dos granjeros de pro. Tenía el uno su granja en el paraje denominado de “les Corts” y el otro en el denominado “Sarria” pero más conocido entre los afines por “Can Rabia”.
El primero, seguramente porque los creadores de la granja no eran nativos, se dedico a la crianza de una raza importada denominada “suis” y que con el tiempo pasaría a tener la denominación de origen “cule”. Era una nueva experiencia y de la que se desconocía en aquel tiempo su plena rentabilidad. Tampoco habían datos que desaconsejaran su desarrollo, entre otras cosas porque los extranjeros que propiciaron su implantación sabían que con un bajo coste (restos, inmundicias, etc.) se podría obtener una alta rentabilidad del producto una vez expuesto.
El segundo, nativo de pro, amante de los animales, del paisaje, de la ecología y poco dado a los negocios , se dedicó a la cría de “pericos”, un ave simpática y de colorido blanquiazul, que rememoraba en su mente los colores mediterráneos, aunque sabía que en el mercado de venta de pájaros de las Ramblas no podría competir con los canarios, ave mas robusta y potente que, tal vez por los largos años vividos a la sombra del Liceo, mantenían unos tonos imposibles para el pequeño periquito.
Tampoco le importaba demasiado, ni el desarrollo de la vecina granja de unas camadas de la variante “cule” le quitaba el sueño. Para él el simple placer de criar sus pericos a la sombra del viejo chalet de su granja le compensaba sobradamente y cada día, al anochecer, cuando ya se retiraba, dejando a los pericos en plena libertad, sin jaulas, acompañado de su gato al que por nombre puso “Perico”, respiraba aquellos olores inolvidables a hierba fresca, humedecida ya por el relente y fraguaba en sus sueños (entrelazando los verdes del césped, con los azules, los blancos, de sus pericos) un futuro de luz y alegría sin par.
Así pasaba los días. Mientras tanto el granjero vecino, viendo como sus camadas crecían día a día y no afectado por ningún tipo de peste, valoró la necesidad de crecer y multiplicarse e ideó un plan para convertir su pequeña granja de “les Corts” en un imperio productor. Eligió un lugar poco recomendable (junto a un cementerio) y de escaso valor urbanístico. Convenció a las autoridades del momento de que el sitio era el mas apropiado porque si surgía una epidemia en la granja, sería mas fácil eliminar las camadas y quemarlas juntas en la fosa común.
Las autoridades se convencieron del gran negocio para la ciudad y del favor que el ingenuo granjero les hacia. Recuperaban el solar de la granja, de muy buena calidad y en un punto de crecimiento con alta plusvalía y a cambio le otorgaban al granjero un solar muerto, cerca del cementerio y lo mas cercano posible a los crematorios, lo que facilitaría su actuación en casos de emergencia y evitaría la propagación de la peste por toda la ciudad.
Se dictaron bandos, firmaron papeles, modificaron reglamentos y hasta se destacó la idea del granjero como revolucionaria y progresista y en dos días todo quedó resuelto.
Mientras nuestro viejo granjero de “Can Rabia” contemplaba el espectáculo, siguiendo con la vista a los pericos y acariciando con dulzura el lomo de su gato “Perico”, arrancando una mala hierba de cuando en cuando, limpiando el camino embarrado (que cuando llovía se ponía imposible) y respirando aquellos olores para el ya inseparables, la tierra humedecida, la verde hierba brotando en primavera con más fuerza, algún palmeral del que de tanto en tanto se desprendía un dátil no comestible, unas margaritas a lo largo del estrecho camino, el silencio.
Con el tiempo, mientras el granjero vecino ya vendía por todo el mundo sus productos bajo una marca registrada como “Campnou”, nuestro viejo amigo decidió mejorar su patrimonio. Se entrampó hasta el último pelo y consiguió unas pesetas para derribar el viejo chalet y construirse (ahora ya con hormigón) una casa solariega en la que más y más pericos pudieran vivir su sensación de libertad.
Era como un coto, pequeño, coquetón, una bombonera para que nos entendamos. Y consiguió que más amantes de la Naturaleza, de las aves en libertad, del olor a hierba fresca, de esa extraña mezcla de pasado y presente, de esa orgía entre blanco y azul, de ese sueño a veces utópico, se unieran al engrandecimiento de la especie.
La granja nunca se quedó pequeña, al contrario eran muchos los metros no utilizados y para mantenerla en dificultoso funcionamiento fue preciso inyectar nuevos capitales a un pozo sin fondo. Los pericos morían algunas temporadas sin que nadie conociera el mal que les afectaba. En otras la suerte sonreía al granjero y los nidos aparecían más repletos. Pero era indefectiblemente un ir y venir, sin asentar una población minimamente estable de aves con la suficiente capacidad de atracción para la ciudad
Seguramente el propio gen migratorio de las aves convertía en inviable la ilusión de estabilizar una gran reserva perica en la granja.
En este momento la diferencia entre las dos granjas era ya insalvable, arremetía la una con sus productos “Campnou” inundando los mercados nacionales e internacionales mientras la otra seguía obsesionada en alcanzar igual prestigio y reconocimiento para sus periquitos, sin valorar que no había en los últimos años realizado ningún estudio de mercado serio, apenas una valoración de posibilidades y una tímida campaña publicitaria para dar a conocer su existencia. Poco más.
Un día, cuando ya los promotores de los productos “Campnou” eran considerados como la primera multinacional del mercado, los acreedores se lanzaron sobre la granja “Can Rabia” para intentar, si no recuperar sus préstamos, si al menos quedarse con los terrenos, revenderlos y hacer el negocio de su vida.
Algunos granjeros (que aunque soñadores habían pragmatizado sus ideas) valorando lo acertado de la decisión que en su día había adoptado el vecino pensaron ¿por qué no hacer lo propio?.
Consultaron con notables de la ciudad, con autoridades, con economistas y propusieron una asamblea de granjeros. Expusieron los temas, las deudas que la falta de un producto de calidad generaban día a día, las posibilidades de buscar nuevos productos y finalmente una propuesta que la mayoría convino en asumir.
Podían liquidar las deudas, comprar una granja más grande y en un paraje más adecuado para mejorar la crianza y potenciar la reproducción de la especie. Establecer un nuevo futuro para todos. Comportaba un sacrificio importante como era vender la granja, pero supieron sobreponerse a la nostalgia y dar un paso valiente hacia ese futuro desconocido, pero prometedor y renovador de ilusiones nunca abandonadas.
Confiaron la gestión a los más representativos y esperaron. En el interin malas rachas se llevaron otros cuantos pericos por delante, pero siguieron luchando. Susurraban con temor, temblando la voz, el nuevo nombre de la granja “Sadria” y unos y otros se preguntaban ¿dónde queda? ¿cómo es? ¿podremos conseguirlo? ¿seremos capaces?. Era su primer desafío cierto en tantos años de historia, pero se sentían capaces e ilusionados. Incluso para dar alegría a la granja parecía que la época peor había pasado, los periquitos hacía ya unas semanas que no morían, se les veía mas robustecidos, más alegres, hasta algunos cantaban tanto o más que los canarios.
Los más jóvenes se habían lanzado a desafíos de todo tipo y recuerdo que unos aventureros soñadores incluso se apostaron desde ambos lados del Atlántico (pues periquitos había ya en todo el mundo, pero libres) una “berberetxada” (palabra malsonante, pero fuertemente implantada en la ciudad) a que salvaban la última nidada y podrían reunirse todos ellos, los de ambos lados del Atlántico en el Port Olimpic para estrechar lazos de amistad blanquiazul.
Hasta aquí podría ser ficción, realidad o simplemente un teclear continuado consumiendo unas horas perdidas o mas bien dominadas por el ensueño y la reflexión. Pero no. Creo que desacertadamente por esta vez abrí las páginas de un periódico de la ciudad. Hablaban de la granja que yo creía haber soñado y posteriormente intentado novelar. Mejor sería no haber abierto el diario.
La granja existía, los criadores también, a los granjeros no se les citaba, parece ser que se intentaba un proceso de mejora como el que yo había soñado, pero también parece que uno de los granjeros quería morir en las cenizas del viejo solar, antes que desafiar el futuro. Tampoco acerté a entender si es que querían efectuar el traslado para que no entraran más granjeros en la cooperativa en la que finalmente había devenido la granja real. No lo sé, no llegué a entenderlo, pero casi prefería haberme quedado adormecido, con lo que creía un sueño o acaso un recuerdo del pasado. No lo sé.
Si has tenido la paciencia de leer hasta aquí, difícilmente tu mismo podrás saber si todo fue un sueño, si sucedió como torpemente yo he intentado relatar, o incluso si esto es solo una transmisión que solo ha existido en el hiperespaciovirtual o si, ni tan siquiera ese espacio existe. O así me lo parece.
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5 comentarios:

Ireneu Castillo dijo...

Sueño? realidad? qué más da...

Cabalgamos, ergo ladran.

Mr. Hot Potato dijo...

Muy bueno...

Unknown dijo...

Brillante. Magistral.

Visca l'Espanyol!

Anónimo dijo...

Una invenció tan bona com la de la paraula "Sadrià" mereixia un marc com aquest.

A sus órdenes.

Anónimo dijo...

Gran definció. Excel·lent.

Visca l'Espanyol!

www.la-chatarra.blogspot.com